2008/01/04

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  • El País, 2008-01-04 # Juan José Millás
La plaza estaba llena de parejas con niños que habían acudido al reclamo de una organización cuyos miembros tienen prohibido casarse y procrear. Aunque el acto pretendía ser una exaltación del matrimonio cristiano, los que ocupaban la tarima eran, sin excepción, solteros (como si un analfabeto voluntario pregonara las bondades de la lectura). Al poco, no obstante, de que comenzara el acto, dejó de exaltarse el matrimonio cristiano para censurar todos los demás. Nadie prohibía a los manifestantes casarse por la Iglesia ni atarse a la misma pareja durante el resto de su vida ni tener cuantos hijos les viniera en gana. Tampoco se les obligaba a utilizar el condón ni ningún otro método anticonceptivo. Pero les molestaba enormemente la existencia de uniones que no se atuvieran a las normas de la suya.

Los solteros de la tarima, que vestían, por cierto, de un modo muy llamativo (luego dicen que los adolescentes les provocan), solicitaron la abolición del divorcio y del laicismo y exigieron al Gobierno más libertad sin que a nadie, entre los congregados, le pareciera incoherente que se pidiera una cosa y su contraria. Si añadimos que había muchas personas mayores, que habían conocido el franquismo, así como el papel represor de la Iglesia a lo largo de aquellos 40 años, el espectáculo resultaba delirante (y sombrío, para decirlo todo). Aparecieron en la tele monjitas muy ancianas que posiblemente habían sido carceleras de aquel régimen (trabajo que algunas órdenes religiosas aceptaron con gusto) y sacerdotes con canas que quizá habían asistido a más de una ejecución. En otro canal, Fraga Iribarne, palanganero mayor del Caudillo y presidente del PP, corroboró que la dictadura había sido un remanso de paz. Antes de irnos a la cama vimos una película de indios y americanos en la que los indios eran los malos.

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