2008/01/09

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  • Sobre el "derecho a no ser homosexual"
  • Dos Manzanas, 2008-01-09 # Nemo

El derecho a ser homosexual ya está reconocido. Una vez más, me gustaría reclamar de nuevo el derecho a no serlo. (…) La sexualidad es una conducta: se hace, no se es. No imprime carácter, como ser sacerdote (…). Algunos queremos acostarnos por la noche con quien nos dé la gana, de cualquier sexo, sin que eso nos obligue a ser nada durante el resto del día.” El fragmento que cito proviene de un artículo de opinión (“Derecho a no serlo”) aparecido el 31 de diciembre pasado en el diario ‘Público’, en concreto en la sección “Carta con respuesta”, que cada día escribe el novelista y crítico Rafael Reig. Como era de esperar en un diario que se reclama nítidamente de izquierdas, y que desde su aparición se ha caracterizado por dar con mayor frecuencia y corrección de lo habitual en la prensa generalista española noticias relativas a la comunidad LGTB, esta reivindicación del “derecho a no ser homosexual” no se hace en nombre de un discurso homofóbico represivo al uso, ni constituye tampoco una apología de la familia tradicional amenazada por la ‘falsa moneda’ de los matrimonios homosexuales. No: Reig habla desde una posición, supuestamente, emancipadora y hasta libertaria. Por eso añade que “algunos queremos ejercer el derecho a no ser ni siquiera heterosexuales”, invoca el nombre de Foucault para explicar que “la invención de la homosexualidad como categoría es una forma de control social” y acaba aventurando que “quizá podríamos llegar a ser más libres” si nos deshiciéramos de lo que denomina “el carnet sexual”, esto es, de los conceptos mismos de homo o heterosexual.


Nada que ver, pues, con el discurso de los reaccionarios, con los anatemas y las filípicas contra gais y lesbianas de los obispos o de sus empleados de la COPE. Bueno, es cierto que seguramente obispos y locutores ‘coperos’ estarían muy de acuerdo en eso que dice Reig de que el derecho a ser homosexual ya está reconocido en nuestra sociedad –demasiado reconocido, añadirían–, y en lo de que ya es hora de reivindicar “el derecho a no serlo” –esto es, a ser una familia ‘como Dios manda’… o bien célibe, claro–. Tampoco les parecería nada mal eso de que “la sexualidad es una conducta” y no una forma de ser, puesto que la mayoría de los reaccionarios homófobos de hoy suelen minimizar la importancia, ignorándola o relativizándola, de la orientación sexual (que para ellos en todo caso es tan sólo una “tendencia” a la que el individuo puede y debe resistirse), lo cual les permite estigmatizar con mayor comodidad, como “antinaturales”, “inmorales” y “viciosas”, las prácticas homosexuales. Y en lo que seguro que coincidían los carcas –especialmente los que hoy van de ‘liberales’– con Reig es en que lo que uno haga “por la noche” en el terreno sexual es mejor dejarlo bien oculto en las tinieblas de su intimidad más privada, y no sacar a la luz del día cosas tales como que le da por acostarse con gente de su mismo sexo. Bien clarito lo decía hace unos meses el historiador ‘revisionista’ Pío Moa en un artículo de ‘Libertad Digital’: “Estas cosas [‘montárselo’ “con tríos, cuartetos, animales o entre personas del mismo sexo”] (…) pertenecen a la intimidad personal, y ahí debieran quedarse. El problema surge cuando salen de la intimidad y pretenden dominar el espacio público. Cuando pretenden equiparar, incluso por ley, formas de sexualidad evidentemente taradas con las formas normales.


Yo, en cambio, estoy en desacuerdo con el columnista de ‘Público’ en todos estos puntos. Para empezar, ¿qué es eso de que “el derecho a ser homosexual ya está reconocido”? ¿Dónde? ¿En qué país? Porque, por más que vivamos en uno de los estados con una legislación más favorable a los derechos LGTB, en la realidad social las cosas son muy distintas, y si no que se lo pregunten a tantos gais y lesbianas adolescentes o mayores, o de pueblo, o asalariados, etc. que no se atreven a decir o mostrar en su entorno familiar y social, en su instituto o en su residencia de ancianos o en su trabajo, que son homosexuales… porque saben perfectamente que “el derecho a ser homosexual” está muy lejos de ser real y plenamente reconocido en dicho entorno. O en la sociedad en general, cabría añadir, dada la inmerecida respetabilidad que ésta sigue atribuyendo al discurso homofóbico que sin cesar emana de la jerarquía católica y de los medios, las asociaciones y los partidos afines a ella. Por eso, la idea de que lo que hay que reivindicar hoy en día es en realidad el “derecho a no ser homosexual” me suena –y no creo ser el único al que le ocurra– un pelín a sarcasmo.


Tampoco consigo verle las ventajas emancipadoras a la reducción de la homosexualidad a unas prácticas determinadas. Cuando, hace unos meses, el tirano iraní Ahmadineyad afirmó en Nueva York que en su país no había homosexuales, no pretendía negar que hubiese allí individuos que practicaran el sexo entre hombres (no podía, dado que en Irán se condena a muerte a adolescentes por ello), sino que lo que quería decir era que en la cultura islámica iraní, tal como él la entiende, no hay sitio para una visión ‘occidental’ y ‘moderna’ de la homosexualidad como orientación o como identidad: existen las prácticas, pecaminosas y perversas por supuesto, pero no otra cosa. Y debemos recordar que esa misma concepción de Ahmadineyad dominaba en el Occidente cristiano hasta no hace mucho, y permitía condenar, también aquí, a muerte o a la cárcel a quienes incurriesen en esas prácticas estigmatizadas. La verdad es que la aparición del concepto moderno de “homosexual”, aunque en su momento fuera aprovechada por quienes pretendieron prestar una supuesta legitimidad científica a la homofobia tradicional, ha acabado por posibilitar que lo que durante siglos fue visto como la conducta aberrante y depravada de algunos individuos aislados sea considerado hoy en Occidente, cada vez más, como una forma minoritaria pero legítima de la sexualidad y la afectividad humanas; y la conciencia y la afirmación reivindicativa de dicha diferencia sirve actualmente, en las democracias liberales, para sabotear los mecanismos discursivos de quienes presentan como ‘lo (único) normal’ aquello que es propio de la mayoría, para luego hacer de esta supuesta ‘normalidad’ la ‘norma’ (cultural, religiosa o incluso legal) de obligado cumplimiento para todos.


Siendo esto así, no extrañará que tampoco coincida con Reig en que para lograr ser más libres convenga prescindir de lo que él llama “el carnet sexual” (y otros suelen denominar “etiquetas”), esto es, de los conceptos de ‘homosexual’, ‘heterosexual’ y ‘bisexual’. Me temo que desechar dichos conceptos entrañaría, en la práctica, suprimir la visibilidad social de gais y lesbianas (y bisexuales); así podría volver a asumirse sin problema alguno que todo el mundo es ‘normal’, ‘como Dios manda’… es decir, conforme a la norma heterosexista. Y bueno, todos conocemos gente a la que el pretexto de “no me gustan las etiquetas” le sirve para poder pasar por ‘normales’ (heteros) ante la totalidad o parte de su entorno. Aunque entiendo que hay que respetar –al menos en principio– que cada uno haga visible su sexualidad/afectividad en la medida en que pueda asumirlo o lo crea conveniente, me parece obvio que la visibilidad es la principal arma de que disponemos en la minoría LGTB para combatir la homofobia y el heterosexismo y hacernos un sitio en la sociedad.


Eso que Reig propugna, “acostarnos por la noche con quien nos dé la gana (…) sin que eso nos obligue a ser nada durante el resto del día” en realidad hace mucho que está inventado: se llama ‘el armario’. El regreso a él, lejos de ser un emancipador instrumento de liberación sexual y afectiva, es justo lo que nos exigen –ya que propugnar la vuelta a una legislación fuertemente represiva contra nosotros, como la que hubo hasta hace más bien poco en este y en otros países occidentales, sería hoy generalmente considerado como demasiado extremista– los homófobos más virulentos de nuestra sociedad: ello salta a la vista, por ejemplo, en el fragmento que he citado antes de Pío Moa; o en este otro del mismo artículo, en el que, tras rasgarse las vestiduras “ante la osadía y la desvergüenza de los putos y las putas, tan orgullosos de serlo y tan dueños de los medios de masas”, Moa acaba clamando “acciones (…) que frenen esta invasión de la basura”… con lo cual evidencia el daño que nuestra visibilidad social hace a la homofobia. No: en el mundo real, no será desde luego el armario el que nos hará más libres. Y es que no es verdaderamente emancipador (ni ‘liberal’, ni ‘libertario’) todo lo que, incluso de buena fe, pretenden vendernos como tal.

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