2008/01/03

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  • El antierotismo del almanaque
  • El País, 2008-01-03 # Vicente Verdú

Algo nos dice que cuando el sexo, el desnudo, la obscenidad carnal, se difunden tanto es porque han perdido buena parte de su valor. Valor de provocación, valor de asombro, valor como suceso, valor de cambio. El sexo mantiene muy alto su valor de uso puesto que se trata de lo más divertido que cabe imaginar, pero ha descendido mucho en su cotización simbólica. Ahora, no sólo las relaciones intersexuales se han multiplicado por mil y diversificado impensadamente, sino que las ofertas colman el mercado y no paran de crecer. Hasta la publicidad que en el motivo sexual hallaba el más fácil, duradero y eficaz de los cebos ha comenzado a comprobar las negativas consecuencias de su hartura. No en vano, ha sido la muerte, más que el sexo, desde el primer Oliviero Toscani hasta nuestros días de Dior, el elemento sugestivo en los últimos y mejores anuncios comerciales.


Frente al sexo que conmueve cada vez menos, la muerte, oculta y tabú, se alza como producto estrella. Si resulta prácticamente imposible escandalizarse hoy con la obscenidad del cuerpo, la muerte es la obscenidad corporal más radical e irreductible. Los relumbres de la muerte, en violeta o en charol, en bermellón o en plata, cruzan los anuncios de Navidad, mientras el sexo bullendo ha desaparecido del superspot de Freixenet. Pero lo más definitivo y significante en la fatal decadencia del sexo se representa a través de su hospitalización en los calendarios.


El calendario con desnudos de azafatas, enfermeras, curas o bomberos culmina el más bajo nivel de su carrera. No sólo cualquier colectivo obrero se revela dispuesto ya a desnudarse en cualquier manifestación o acto reivindicativo, sino que los mismos vecinos y las vecinas se ofrecen para ser explotados como cuerpos en los almanaques. ¿Puede concebirse una degradación mayor de la mercancía que ofertan?


En la intimidad, el desnudo sigue desempeñando su función de diversión y amor pero, públicamente, el ojo lo ha desgastado. Tanta profusión de reclamos ha roído su acicate, y tanta repetición de unas y otras chicas en cueros ha logrado el paradójico efecto de cubrirlas.


El recurso que inició Lacoste y sugiere Calvin Klein utilizando al varón sin ropas no ha logrado, ni de lejos, reemplazar el descenso que sufre la desnudez femenina. Uno y otro desnudo interactúan, además, en una usura recíproca. Una fuerte usura de la lubricia que se corresponde con el auge de su deslucida estampa en el calendario. ¿Un almanaque como soporte del erotismo? Nada más soso en el orden de la pornografía, nada más tosco en la presentación del tiempo, nada menos lascivo que su condición doméstica, operaria o familiar.

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