2008/02/24

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  • María Teresa Fernández de la Vega: 'Me castigo mucho, soy muy autocrítica'
  • Es la mano derecha de Zapatero, la mujer más poderosa de España. No elude una pregunta que nunca le habían hecho: "¡No soy lesbiana!", aclara. Metódica e hiperactiva, sólo teme a la enfermedad y a las tormentas. A 14 días de las elecciones, Magazine acompaña a la vicepresidenta, 58 años, durante una jornada de 15 horas. Comenzamos en su propio domicilio –95 metros cuadrados– a las 8.30 de la mañana.
  • El Mundo, Magazine, 2008-02-24 # Mercedes Ibaibarriaga

El jefe de escoltas detiene el ascensor frente al piso de 95 metros cuadrados donde vive la vicepresidente del Gobierno, desde hace 27 años. Al llegar a la puerta, María Teresa Fernández de la Vega (Valencia, 15 de junio de 1949) apresura el taconeo imperativo de sus botas. Luego impregna, al saludar con dos besos, del aroma de su madre, un agua de colonia sencilla y fresca. "La usaba ella y ahora la llevo yo porque es un olor muy familiar". Seguimos hasta la cocina a la mujer que, por primera vez en la historia de nuestra democracia, ostenta desde abril de 2004 el cargo de vicepresidente, ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno –triple condición que anteriormente sólo reunió Mariano Rajoy– para compartir las 15 horas y media de su jornada de trabajo. El propósito, funambulesco: no hablar de política.


–¿Cuánto os pongo de azúcar?


Sobre la mesa dispuesta para el desayuno, la vicepresidente sirve café con leche: a Ángeles Puerta, su directora de comunicación; a Chema Conesa, que ilustra este reportaje, y a quien esto escribe. Todo es armonía, hasta que la vice se pone a cantar.


–Mira mi pecho tatuado, con este nombre de mujerrr...


–¿Cóoomo?


–¡Ja ja ja! Antes de que llegarais, estaba cantando 'Tatuaje' [de Valerio, León y Quiroga] a Ángeles para contarle la historia de ese cuadro que era de mi querida tía Jimena [la primera genetista española, feminista soltera adelantada a su época, que influyó profundamente en De la Vega]. La vicepresidente señala un marinero tatuado, anclado junto a la puerta de su cocina. En la escena le acompaña una mujer y una copa sobre la barra de la cantina. "Es como la canción de Concha Piquer" -sentencia tarareando- "No le pegaba nada a mi tía, una mujer muy seria, que entregó su vida a la Medicina. El cuadro me gustaba mucho desde pequeña, y al final me lo regaló".


Con insospechado desparpajo, la vicepresidente transforma el matutino tintineo de cucharillas en una escena de visita a la amena tía soltera, independiente y cultivada. Sus manos revolotean sirviendo esto y lo otro. Habla con profusión. En nada recuerda a la mujer precavida y pausada que da la cara del Ejecutivo frente al micrófono de portavoz. En mi nueva condición de sobrina adoptada, me lanzo, entre sorbos de café:


–Oye, María Teresa...


Línea roja.La número dos del Gobierno socialista escucha su nombre y se pone en guardia, perpleja.


–La llamamos vice o jefa –avisa Ángeles.


–Sí, lo tengo incorporado. En mi entorno ya nadie me llama por mi nombre. Pero también lo de vice me suena muy cariñoso, es una cosa de mi equipo y del presidente Zapatero. Él me dice siempre: "¡Hola vice!"


Durante la jornada alternaré señora vicepresidente, vice, Teresa, nena y Mari Tere de la forma más inadecuada posible. Un completo desastre, al que se resigna. Esfumada la tía y de vuelta la vice, examinamos los periódicos apresados bajo su codo.


Un diario nacional recoge las opiniones de Dimas Cuevas, candidato del PP al Senado por Albacete, sobre la homosexualidad: "Las bodas de lesbianas tendrán que incluir variedades de tortillas...", o "dijo Fernández de la Vogue que en España hay cuatro millones de homosexuales. De ser cierto, a la especie humana le queda un telediario". Interviene Ángeles: "vice, será una maledicencia para vincularte con los rumores...".


–Ya, ya, ya.


Mi turno. Tanteo el terreno.


–¿No cree que en este país es más sencillo ser gay que lesbiana?


–No sé si es más sencillo, pero todos los temas que afectan a la mujer siempre tienen una doble carga peyorativa. Como lo de ser vicepresidente y mujer.


–Pero, ¿usted es lesbiana, vicepresidente?


Ya está. Solté la impertinencia. A mi casa. Se acabó el reportaje.


–Hombre, ¡por fin me lo preguntan! -exclama De la Vega-. Pues mira, no. Es un rumor sobre mí que se han inventado para intentar hacer daño con algo que, oye, respeto absolutamente. No tengo ninguna homofobia, ¡pero no soy homosexual! Si lo fuera, no tendría ningún problema en decirlo. ¡Pero es que no lo soy!


–¿Y lo suyo con una famosa presentadora de deportes de Televisión?


–¡Y dale con eso! ¡Pero si no la conozco, que no nos hemos visto en la vida! ¡No hemos hablado nunca, te lo juro! ¡Y me casan con ella! Me han casado con muchas, eh, cuidado. Pero sobre todo con ella -dice, blandiendo un kiwi trinchado-. Me entero por los periódicos o Internet. Me casaron con una médico, que tampoco conozco, del Hospital Gregorio Marañón, con una amiga mía de Palma... Eso es impresentable. Palma, un sitio pequeño, ¡y sacaron su nombre! Me parece disparatado y discriminatorio.


La vice está lanzada. "Estuve a punto de casarme..., ¡pero con un señor! Guapísimo, por cierto. Arquitecto. Estuvimos juntos casi 10 años. Hasta hoy le tengo muchísimo afecto. Y a mi suegra, aún la llamo suegra".


La foto en blanco y negro de Tocho –Tomás–, un moreno de ojos claros, permanece enmarcada en su salón.


–No entiendo por qué plantó a su novio días antes de la boda.


–Mi madre tampoco lo entendía. Se llevó un disgusto espantoso y después me decía: "Ves, ¡si te hubieras casado ahora no estarías sola!". Pero no me vi casada, me entró una angustia como de verme asfixiada, pensé que iba a tener falta de libertad. Absurdo, quizás, pero yo había hecho oposiciones [a secretaria jurídica laboral] y es muy duro tener una relación opositando. En ese momento necesitaba espacio y el matrimonio, quieras que no, te... Mira, cuando no tienes la convicción total es mejor ser sincera contigo misma, por duro que sea. Lo pasé muy mal.


Cuando le pregunto por lo más querido del salón –luminoso y tapizado en color hueso porque los tonos claros, dice, le dan "vitalidad"–, me muestra dos objetos de cuerda: una caja musical de época, con tres muñecas articuladas que interpretan melodías al piano y que le regalaron a su madre de niña, y una bola de cristal que encierra un arlequín. El arlequín, sentado con un acordeón sobre un cojín brillante, da vueltas acompasando una delicada música. "Me encanta porque es… mágico, como que da suerte, el mago de feria que gira en la bola, quizá te parezca una cosa muy infantil» dice, esbozando una sonrisa íntima. Durante el día, por sus comentarios inacabados, intuyo en ella una cierta nostalgia de infancia congelada, algún territorio de ilusión intacto, protegido como en las bolas de cristal que tanto le gustan –atesora más– y al que quizás nadie ha sabido acceder.


–¡Oye, que tenemos que salir a Moncloa!


Nos despiden cuatro ojos bajo una maraña de pelo: un trol de dos cabezas se ríe desde la mesita del recibidor.


En la calle, varios policías se distribuyen en vehículos oficiales. De la Vega, en el coche central, es ahora una clave de cifras y letras en la radiofrecuencia de seguridad. Revisa documentos y escucha los informativos. Cuando asciende los peldaños del Ministerio de la Presidencia en La Moncloa para presidir la Comisión de Subsecretarios, parece más alta. Ya no mide 1,65 m, como en su casa. Ahora avanza, agigantada y pétrea, a ocupar su espacio de columna cariátide del Gobierno de Zapatero. En la inmensa sala abovedada de la Comisión, examina los asuntos –por índice de colores, según su rango y consenso– que pasarán al Consejo de Ministros y finalmente al BOE. De los 188 consejos de ministros celebrados en estos cuatro años, ella ha presidido 28 sustituyendo a Zapatero.


Mientras ella ejerce el poder, caminamos hasta el edificio Semillas Nobles, en forma de 'H', donde Zapatero y ella se reparten cada ala. Nos permiten curiosear el gran despacho de la vice. Sobre la mesa, en un lugar preferente junto a su libreta de notas, un muñequito mago de larga barba blanca, regalo navideño de varios fotógrafos, "para darle suerte", y un Fluvi, mascota de la Expo de Zaragoza. En una mesita, hay un lince de peluche (envío de Doñana) con el que a veces juguetea para distender las reuniones. "Lo tremendo es cuando nos pone música china, que a ella le parece de lo más relajante y a nosotros nos deja de los nervios", se ríe Fernando Escribano, su jefe de gabinete. Al filo de la medianoche, cuando haya estampado su visto bueno en cinco carpetas repletas de documentos con contratos del Ministerio de Defensa, convenios de cooperación, inversiones extranjeras, propuestas de extradición, obras de emergencia y un decreto, Escribano recordará a De la Vega lo de la música china. "¡Pero si les encanta!", desdeña ella.


No es éste un impersonal despacho político. Es su cálido apartamento, insertado en La Moncloa. La vice pidió que sustituyeran la tapicería verde oliva de los sillones por otra color crudo, y redistribuyó la disposición heredada de Arenas. Fotos con García Márquez, Sábato, Álvaro Mutis, ella y Solbes en la boda del Príncipe, regalos, plantas por doquier... Y las tacones de la vice, ya de vuelta, jugando al despiste con su autoridad. De la Vega camina a paso normal, pero va rapidísimo. Fulmina con la mirada, pero no levanta la voz. Ordena con suave destreza. Irradia una fuerza y una seguridad que acaban por invisibilizar la fragilidad de su figura.


–Ministra, ¿como estás de tus infraestructuras? –telefonea a Magdalena Álvarez, titular de Fomento, después de recibir una llamada de Ségolène Royal, líder del Partido Socialista francés.


Exigencia. No podremos hablar de nuevo hasta dirigirnos a la Base Aérea de Torrejón de Ardoz, a las afueras de Madrid. Pregunto en qué se considera un as y ella niega con las manos. "Uf, en nada, en nada". Insisto, y analiza las dos caras de sus virtudes y defectos: "Me castigo mucho. Soy muy autocrítica. Creo que nunca es bastante, que siempre se puede ser más. Es el querer hacerlo todo bien. A veces hay que ser un poquito más humilde y decir [baja la voz]: 'La perfección no existe'. Pero yo soy muy perfeccionista. Mis padres me educaron en la cultura del esfuerzo. Es muy positivo si lo sabes manejar, porque si no te crea mucha angustia, culpa; no debe convertirse en un sacrificio. Yo he aprendido a trabajar muy bien en equipo, a sacar de cada uno lo mejor. Soy muy exigente y mi equipo también, saben que la lealtad es decir todos lo que piensan. Yo no quiero gente a mi alrededor que me de la razón si no la tengo".


Lo más parecido a vida privada que ha disfrutado en estos cuatro años –restando 10 días anuales de vacaciones veraniegas en el mar– tiene el sonido de un pequeño móvil fucsia.


Su único hermano, Jesús –casado, sin hijos– la llama todos los días al final de la jornada desde la muerte de su madre, que relata como un hecho traumático porque falleció una noche de repente, a su lado, y ella no pudo hacer nada. "Jesás es importantísimo para mí, estamos muy unidos". Los domingos que es posible se reánen a comer. "Me repito mucho una frase de ella, en valenciano: 'Mante, no plores', que es como 'cielo, no llores'.


Un Falcon 900 de la Fuerza Aérea nos deposita en Valencia. El vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda, Pedro Solbes, la acompaña para presentarla en una conferencia-almuerzo del Foro de la Nueva Economía. Solbes destaca su "capacidad de trabajo, conocimiento, lealtad, discreción, pasión por la justicia, coraje sin límites y autocontrol". En el vuelo de vuelta a Madrid, ella se lo agradecerá varias veces. Incluso, al reunirse más tarde con Zapatero –"el jefe"– alabará lo "cariñoso" que es el vicepresidente.


–¿Usted se considera valiente?


–Sí. No soy débil pero me considero sensible. Que sea firme no está reñido con que me afecte mucho lo que les ocurre a los demás y siempre trate de colocarme en el lugar del otro, porque no concibo la vida sin pertenecer a un proyecto colectivo que mejore la vida de la gente. Y en ese contexto se forja mi compromiso.


-¿Y sus miedos?


-Tengo miedo a la enfermedad, lo tuve a la vejez y a la muerte de mis padres; al dolor. A las tormentas con rayos y truenos. Son un fenómeno que conlleva muchísima electricidad y esa electricidad, como que la siento… Bueno, te debe parecer una tontería... como que la noto y me produce terror, pienso que voy a atraer el rayo y me va a partir por en medio.


Excepto en un instante de calma en el despacho, conversamos en el traslado a la Fundación CNSE (Confederación Estatal de Personas Sordas), en los pasillos de Moncloa hacia alguna reunión... La vicepresidente, 58 años, suele levantarse entre las 6:30 y las 7 de la mañana, y sale de su oficina cerca de medianoche. No debe resultar fácil regresar a casa y no encontrar a nadie, pero tras la actividad que despliega dice buscar, aún más, la soledad de su piso. "¡Uy, me produce una enorme felicidad estar sola en mi sofá, tranquila, con un poquito de música, sin oír a nadie, sin que suenen los teléfonos, ni siquiera con la tele! Además, mi equilibrio pasa por, al menos un día a la semana, dedicarlo a estar sola, a recuperar la tranquilidad, a poder pensar, a encontrarme conmigo misma. Ahora lo tengo difícil, pero lo que hago por la noche, al llegar a casa, es darme una ducha caliente. Me permite poner distancia con la jornada, y entrar a un estado más relajado, para poder dormir. Al final duermo unas cuatro o cinco horas".


–Es la figura política más respetada por los españoles, y en nota, supera a Zapatero.


–Nooo, no son parámetros comparables. El presidente del Gobierno es el mejor valorado de la historia de la democracia. Los de la tropa estamos en otros niveles.


De la Vega resalta la capacidad para "adelantarse al futuro" de Zapatero. "Es un gran estratega, tiene una enorme capacidad de liderazgo y para poder decidir en el momento adecuado. Estoy aprendiendo muchísimo de él".


Recuerdo el cuadro que, según De La Vega, no pegaba con su tía. Y miro el rostro de esta mujer frágil y trabajadora, que estudió Derecho, fue profesora, opositora, funcionaria, secretaria de Estado de Justicia, es vicepresidente (y podría ser más), y también acabará enmarcada en las páginas de nuestra Historia, aunque su madre saliera con lo de: "¡Te tenías que haber casado!".


–Bueno, pero pasado el tiempo me veía contenta y es lo más importante para una madre, ver a una hija que hace lo que le gusta en la vida.

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