2008/03/09

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  • Una niña escucha a Lorca
  • Vicenta F. Montesinos publica sus memorias infantiles
  • "De forma intuitiva, yo sabía que era un genio y lo admiraba"
  • El País, 2008-03-09 # Fernando Valverde

Vicenta Fernández Montesinos García, sobrina de Federico García Lorca e hija de Manuel Fernández Montesinos, el que fuera alcalde de Granada fusilado por los fascistas en 1936, ha publicado en la editorial Comares los recuerdos de su niñez bajo el título de “Notas deshilvanadas de una niña que perdió la guerra”. El libro, que comienza con sus recuerdos relativos a la Huerta de San Vicente, la residencia de verano de la familia García Lorca, está escrito en un tono cercano y amable, sin concesiones de ningún tipo que pudieran desviar de lo esencial, los propios recuerdos.


La primera vez que aparece Federico en la memoria de Vicenta es precisamente por la fuerza de su voz, de la que no queda ningún tipo de constancia en la actualidad pero que puede intuirse por el recuerdo de la niña de cuatro años que se encontraba convaleciente en la casa de campo. "Tuve una enfermedad que afectó a mis oídos. Me sentía muy débil, tan frágil que cuando alguien me preguntaba cómo me encontraba rompía a llorar. Tío Federico entraba mucho a mi cuarto a verme y me preguntaba cómo estaba con una voz muy potente. Más que una pregunta era una afirmación de que me iba a poner buena. De forma intuitiva, yo sabía que era un genio y lo admiraba", explica.


Sin embargo, en poco tiempo aquel ambiente mágico que se respiraba en aquella casa se convirtió en tragedia, como en la mayor parte de los hogares de España, cuando el calendario marcó con sangre el verano de 1936. "Durante aquellos días todo el ambiente que nos rodeaba en la Huerta era triste", recuerda justo antes de dar paso a su primera percepción de lo trágico, que sólo había podido intuir antes por el revuelo de los vecinos. "Oí a mi hermano decir que tenía que vengar la muerte de mi padre. Me quedé petrificada y no comenté nada con nadie", explica mientras se entristece por no haber recibido ninguna explicación de nadie, aunque siempre tuvo claro que su padre y su tío Federico "ya no estaban".


Después, los vestidos de flores que su madre, Concha, llevaba al campo, se fueron convirtiendo en negros, como los de toda la familia. "Incluso el color de la ropa interior era negro. A los niños nos vestían de medio luto con unos lazos negros en la cabeza", rememora. Aquella tragedia que nadie le explicaba, propició que la niña Vicenta le tuviera un miedo atroz a la noche.


Después llegaron los bombardeos, que instalaban el miedo en los mayores y la emoción en los más pequeños. "Es un recuerdo nada traumático para mí, pues lo viví como una aventura. Hicimos un pequeño refugio en la Huerta, al que un día tuvimos que bajar corriendo con el plato de comida", asegura. Sin embargo, al final de la guerra Vicenta se había convertido en "una niña más tímida", y las noches nunca volvieron a ser las de su infancia. Le habían arrebatado a su padre y a su tío, le despojaron del paisaje, le cambiaron la vida.


Primero se instaló con el resto de su familia en Madrid, en el hotel Gran Vía, donde se hospedaban también corresponsales de guerra y periodistas que estaban a favor de la República. Unas semanas después, se mudaron a la calle Velázquez, donde residieron hasta que emprendieron el viaje más difícil de sus vidas, el que les llevaría a Estados Unidos "ni exiliados ni deportados", como decía su madre, ya que consiguieron un pasaporte tras firmar un documento en el que se comprometían a no hablar mal de España. "¿Cómo iba a hablar mal siendo yo una niña que dejaba atrás su infancia", se interroga Vicenta, que recuerda las horas previas a su partida, en las que su madre la llevó a confesar "los pecadillos de siempre".


Tras tanto dolor y sorpresa, un barco le enseñó la grandeza del océano y también el significado de la incertidumbre llevada al límite. "La gente que había allí huía y no sabía lo que se iba a encontrar. Escuchar a una joven cantar fue para mi madre y para mí como un canto a la vida". Tras 40 días de viaje con una escala en La Habana, la ciudad de la que tanto gozó su tío Federico, la familia llegó a Nueva York, otro de los lugares fundamentales en la vida del poeta. "La llegada a Nueva York fue triste y emocionante. Todos se abrazaron llorando y los niños nos apartamos, conscientemente, mientras observábamos la escena". Precisamente en esa distancia se ha escudado Vicenta Fernández Montesinos para contar los recuerdos de la niña que fue, una como tantas de un país sin abrazos.

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