2008/03/09

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  • Espantapájaros
  • Dos Manzanas, 2008-03-09 3 El hijo de Juliete

Una mañana de invierno de 1998, un ciclista creyó divisar la figura de un espantapájaros en un extremo del páramo, a las afueras de un pequeño pueblo en Wyoming, USA. En realidad se trataba del cuerpo agonizante de Matthew Sheppard, un universitario de 21 años que había sido robado, golpeado, atado a una valla y abandonado a la helada 18 horas antes. Dos chicos de su edad –con la complicidad de sus novias- se habían hecho pasar por gays en un bar local la tarde anterior, habían ligado con él y lo habían secuestrado en una furgoneta. Matthew nunca salió del coma. Murió cinco días después en un hospital de Colorado.


El asunto causó tal conmoción que Clinton impulsó una reforma en las leyes federales contra los crímenes de odio para incluir los asesinatos cometidos a causa de la orientación sexual. El pueblo americano, cándido e ignorante a partes iguales, debatió el caso durante semanas. Velas y vigilias en las plazas ‘gay friendly’, justificaciones retorcidas en medios ultraconservadores, manifiestos y asociaciones no gubernamentales, acampadas, plegarias. Los padres de Matthew Sheppard impulsaron una fundación que lleva el nombre de su hijo y cuyos estatutos se refieren textualmente a ‘compartir el sueño de Matthew de reemplazar el odio en el mundo con comprensión, compasión y aceptación’. Quién sabe si el activismo gay de Matthew –valiente cuando se ejercita en Wyoming- se conformó en algún momento con ‘compasión’. Probablemente no.


Diez años después de la muerte de Matthew –a mediados del pasado febrero-, Lawrence King, un californiano de 15 años, ha sido disparado en la cabeza durante la clase de informática por un compañero de 14 años. Al parecer, este último se sentía gravemente ofendido por la declaración pública del primero, admitiendo su homosexualidad. Además, a veces Larry vestía de forma ‘femenina’. Larry fue mantenido con vida 24h mientras se encontraban donantes para sus órganos. Más vigilias en las universidades.


En un país donde los candidatos republicanos más liberales aún emplean públicamente el adjetivo ‘asqueroso’ para referirse al hecho gay, donde sus homólogos demócratas, los abanderados de las ‘libertades civiles’, no se atreven a incluír los conceptos de ‘matrimonio’ o ‘adopción’ en sus discursos pro LGTB, y donde, por supuesto, todo el mundo puede comprarse un arma en el mismo sitio donde compra los Kellog’s, ser adolescente y declararse gay no parece una opción muy saludable. Así que podemos sentirnos orgullosos de vivir en un país donde un gobierno –improvisado o no, infalible o no- promovió una ley pro LGTB a escasos meses de su elección que, admitámoslo, se deja muy pocas cosas en el tintero. Y no me refiero a orgullosos por esto. Orgullosos porque nadie levantó barricadas.

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