2008/08/24

> Berria: Indarkeria > VIOLENCIA MACHISTA: UN AGOSTO DE ZOZOBRA

  • Un agosto de zozobra
  • El mes de vacaciones por excelencia ha registrado un repunte sin precedentes de asesinatos por violencia de género
  • El Diario Vasco, 2008-08-24 # Manu Mediavilla · Colpisa · Madrid

El repunte de asesinatos machistas, la condición inmigrante del 40% de las víctimas y la agresión al profesor Jesús Neira están convirtiendo agosto en un mes de zozobra en la lucha contra la violencia de género. Pero si el progresivo cerco legal y social a esa compleja lacra deja ver cíclicamente sus asignaturas pendientes, la denuncia pública de tales déficits también ofrece pistas para corregirlos y, sobre todo, refuerza la trascendencia del compromiso ciudadano.


Hay coincidencia general en que la violencia machista no podrá ser derrotada sin una implicación firme de toda la base social que acompañe la Ley Integral y las medidas que la desarrollan. Empezando por los propios hombres. Así quedó de manifiesto con el nombramiento del médico forense Miguel Lorente al frente de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. Y así lo subraya la última campaña del Ministerio de Igualdad -'Ante el maltratador, tolerancia cero'- al buscar la complicidad masculina para aislar socialmente a sus congéneres violentos con un mensaje rotundo: 'Cuando maltratas a una mujer, dejas de ser un hombre'.


El machismo cotidiano
El profesor Neira, brutalmente golpeado al defender a una mujer que estaba siendo maltratada, se ha convertido en un símbolo de ese compromiso ciudadano, que ya tenía el ejemplo doloroso de Daniel Oliver, el universitario valenciano que perdió su vida al ayudar a una chica insultada y acosada por su novio.


Sin embargo, la misma etiqueta de 'héroes' confirma que tales actitudes no abundan, y que harán falta muchas 'heroicidades cotidianas' para enfrentar, además de esos malos tratos en público, los menos visibles pero enraizados discursos y comportamientos machistas que inundan bares, fábricas u oficinas y apuntalan la desigualdad y el dominio masculino en la sociedad.


Pero no es fácil, como acaba de subrayar el experto australiano Bob Pease en su trabajo 'Implicando a los hombres en la prevención de la violencia machista', donde aclara que su rechazo no implica una intervención activa; de hecho, añade, «la mayoría de hombres no violentos no se enfrenta a otros que lo son». De ahí la advertencia de los grupos españoles de Hombres por la Igualdad -aún minoritarios, pero cada vez más activos- contra el «inaceptable nivel de tolerancia social» de la cotidiana marginación femenina que sirve de caldo de cultivo al maltrato: «Es intolerable que todavía tantas mujeres sigan siendo agredidas, sometidas, acosadas, discriminadas, ninguneadas, y permanecer indiferentes, callados o, a lo sumo, algo preocupados».


Lo peor es que esa tolerancia no es sólo masculina, y alcanza incluso a las familias de las víctimas, que apenas firman el 2% de las denuncias. El gran reto es, pues, traducir el sentimiento ciudadano de horror en compromisos concretos, como pretenden las recientes campañas del Gobierno y de la Federación de Mujeres Progresistas. Las organizaciones feministas echan en falta movilizaciones masivas que expresen, como reclama Ana María Pérez del Campo desde la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas, «un rechazo social absoluto como el que se pide para el terrorismo político».


Adaptación de la víctima
El problema es que, como se ha visto en los casos Neira y Oliver al renunciar las mujeres defendidas a denunciar a su maltratador, incluso a las víctimas les cuesta asumir esa actitud, atrapadas como están en una espiral violenta que nubla hasta sus sentimientos. María Teresa Gómez-Limón, perito forense del Juzgado Número 5 de Violencia contra la Mujer, cita el «síndrome de adaptación paradójica» para explicar los diez años de media que aguanta la víctima antes de presentar denuncia. El lento avance del proceso -incluidos «arrepentimientos» momentáneos de su agresor-, la relación afectiva -a veces es padre de sus hijos- y la sensación de fracaso «personal» en la pareja, hacen que «el maltrato llegue a parecerle norma» y que «muchas veces tienda a justificar la conducta del maltratador y a atribuirla a factores ajenos a él».


En las inmigrantes, cuya tasa de asesinatos machistas por millón de mujeres sextuplica la de las españolas, a esa perversa confusión se suman sus múltiples vulnerabilidades: mínimas redes de apoyo familiar y social, dependencia económica, barreras idiomáticas y, como señala Amnistía Internacional, un incoherente marco legal que, al combinarse con la restrictiva normativa de extranjería, no garantiza su igualdad de acceso a los recursos para maltratadas.


El hándicap es importante, apunta Gómez-Limón, autora del libro Quien bien te quiere no te hará llorar, porque enseguida perciben que «lo normal» no es lo de sus países, donde «los varones maltratan a sus hermanas y luego a sus esposas», y que en España pueden liberarse de ese yugo.


Hasta el calor en contra
A todas las variables que hacen tan compleja la violencia de género se añaden en agosto factores estacionales que suelen tener influencia negativa, como el calor y las vacaciones. Éstas, recuerda el delegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente, hacen que se estreche la convivencia de las familias, lo que puede acentuar posibles conflictos previos en su seno.


Paralelamente, como señala el psiquiatra David Huertas, el calor favorece en general la irritabilidad y la agresividad. Aunque esa regla tiene sus matices, ya que tal propensión a la violencia tiende a crecer con el aumento de temperaturas, pero solamente hasta cierto límite: cuando el calor se hace excesivo e insoportable, aquélla vuelve a disminuir. Además, hay otros elementos que juegan su papel en verano. Unos en sentido positivo, como la luz natural: la gente que vive en países sombríos se siente mejor al trasladarse a otros más soleados. Y otros de forma negativa, como el alcohol, cuyo consumo aumenta en vacaciones.

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