2008/08/18

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  • El País, 2008-08-18 # Luisa Etxenike

Siempre hay alguien ahí para protestar con energía y convicción y, por ello, con eficacia: muchas de esas protestas acaban teniendo éxito, alcanzando el objetivo perseguido. Que en un anuncio, por ejemplo, un famoso y fornido personaje se monta en una especie de tanque y se pone a disparar chocolatinas contra un transeúnte, al grito aproximado de "ya vas a ver cómo te enseño a correr como un verdadero hombre", pues enseguida protestan las organizaciones gays porque consideran que la figura del transeúnte en cuestión, que está en realidad practicando jogging amanerada y torpemente, es irrespetuosa con los homosexuales, atenta contra su imagen. La protesta surte efecto y el anuncio se retira. Y a mí me parece natural que un anuncio de tan mal gusto irrite y se suspenda; lo que me sorprende es que sólo haya protestado el colectivo gay. Me extraña que un anuncio que pone un tanque a disparar por la calle, que ofrece como recompensa de consumo la auténtica hombría (la superioridad ligada a la hombría) y además proclama que esa virilidad a palos entra; me extraña que un anuncio con ese mensaje se considere ofensivo sólo o de una manera particular para los homosexuales y no de una manera general para todo el mundo, para todos los ciudadanos contrarios a la violencia, las discriminaciones o el sexismo. Pero el hecho es que el anuncio se retira.


Que los integrantes del equipo olímpico español de baloncesto se retratan -bastante tontamente la verdad- estirándose los ojos a lo chino, pues se arma el escándalo o se enciende la polémica, con acusaciones incluso de racismo, y el equipo no tiene más remedio que dar explicaciones y pedir disculpas. Y a mí lo que no me parece natural es que en asuntos tan internacionalmente oficiales, tan universalmente mediáticos, nuestros responsables deportivos cometan a estas alturas semejantes torpezas, que muestren una visión tan poco globalizada de las cosas del mundo o tan apegada aún a códigos culturales locales o de andar por casa. En definitiva, que tengan tan poco integrado que el humor suele ser la última frontera y que lo que hace sonreír dentro de un país puede no hacer ninguna gracia fuera del mismo e interpretarse, como se ha visto, por la tremenda. Pero el hecho es que han llegado las explicaciones y las disculpas.


Que el mismísimo Papa sigue llevando pieles, pues las organizaciones defensoras de los derechos de los animales formulan la consiguiente y elevada protesta. Y no me cabe duda de que, tarde o temprano, el Vaticano la escuchará y retirará el armiño de la vestimenta pontificia. Todo en nombre de la causa animalista que avanza con tesón y entiendo que a menudo con razón. Y a veces provocando y/o anunciando auténticas revoluciones: está desapareciendo, por ejemplo, de las tiendas y restaurantes británicos el foie-gras, cuya elaboración necesita que patos y ocas sean sometidos a un cebado cruel.


Siempre hay alguien ahí para protestar con energía, convicción y eficacia. Salvo en las discriminaciones de género y las "gracias" sexistas, que aún se exhiben y explayan por doquier sin que cunda el escándalo, se organice la oposición o se articulen polémicas como es debido. Sólo de vez en cuando resuena algún que otro eco de indignación social, pero es frágil o difuso como todos los ecos y rápidamente se disuelve.

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