2008/10/29

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  • Roncalli el reformador
  • El Diario Vasco, 2008-10-29 # Daniel Reboredo · Historiador

Los años sesenta del siglo pasado fueron una época trascendental para la historia del mundo en que vivimos. Los grandes cambios y transformaciones sociales del período cambiaron sustancialmente los comportamientos y las actitudes de las personas que vivían en un planeta dominado por dos visiones antagónicas, la capitalista y la comunista. Causa y consecuencia del choque entre ambas fue la Guerra Fría (OTAN y Pacto de Varsovia) y los múltiples conflictos bélicos de baja intensidad que en torno a ella se produjeron, tanto revolucionarios como descolonizadores. En este marco histórico la Iglesia católica mantenía unas estructuras muy conservadoras y una visión del mundo excesivamente dogmática y dominada por la ortodoxia. Los conflictivos años sesenta, después de la muerte de Pío XII, ofrecían una oportunidad a la misma de mantener lo existente o de renovarse espiritualmente. Todo apuntaba a que se mantendría el estatu quo y, sin embargo, saltó la sorpresa, ya conocida, de la elección de Angelo Giuseppe Roncalli, el 28 de octubre de 1958, como nuevo Papa.


La antítesis del fallecido Pío XII dio la sorpresa imponiéndose al patriarca armenio Gregorio Agagianian y consagrándose como nuevo Pontífice de la Iglesia católica, y la citada sorpresa se convirtió en estupor con la revolución que propició Juan XXIII convocando el Concilio Vaticano II, sobre todo si recordamos que los cardenales que dominaban la burocracia vaticana aceptaron su nombramiento pensando en que sería, esencialmente por la edad, un Papa efímero, sin darse cuenta de que con él se iniciaría un periodo clave de la historia de la Iglesia y la mayor revolución dentro de la misma.


Angelo Roncalli no surgió de la nada. Una formación sólida, un pensamiento flexible pero muy claro, una gran experiencia y un profundo conocimiento del mundo en que vivía avalaban a la persona. Desde su paso por los seminarios de Bérgamo y Roma (Apollinare), por el Obispado de Bérgamo (secretario del obispo Giacomo Tedeschi) y por la Primera Guerra Mundial (sargento médico y capellán militar), adquirió prestigio pastoral y organizativo al desempeñar diversos cargos y responsabilidades dentro de la Iglesia del momento (presidente para Italia del Consejo Central de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe en 1921, obispo titular de Areopoli en 1925, visitador apostólico en Bulgaria en 1925 -también en Turquía y Grecia-, vicario apostólico de Estambul en 1934, nuncio apostólico en París en 1944, patriarca de Venecia en 1953, etcétera.).


Cincuenta años después de su elección como Sumo Pontífice de la Iglesia católica, y para describir someramente su personalidad, podemos recordar que sus primeras medidas de gobierno fueron la reducción de las asignaciones y del lujo de obispos y cardenales, la dignificación de las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano y el nombramiento de cardenales africanos y asiáticos. A ellas se sumó el anuncio en la Basílica de San Pablo Extramuros, tres meses después de ser elegido, de la celebración del XXI Concilio Ecuménico (Concilio Vaticano II), del I Sínodo de la Diócesis de Roma y de la revisión del Código de Derecho Canónico, los tres pilares básicos de la estructura y de la organización de la Iglesia católica. Cuando el 11 de octubre de 1962 se inició en San Pedro el Concilio Vaticano II se estaba dando el primer paso para cambiar el catolicismo transformando la liturgia, el ecumenismo, la concepción de la realidad del mundo moderno y la necesaria reconciliación entre todos los cristianos (Ad Petri Cathedram, 1959). A partir de este momento, la Iglesia aceptaba la democracia liberal, la economía mixta, la ciencia moderna, el pensamiento racional y la política laica, a pesar de las resistencias de la ortodoxia católica y de no pocos reformistas como el futuro Juan Pablo II, que un 3 de septiembre de 2000 lo beatificó junto con Pío IX. Pero antes, el 3 de junio de 1963, murió el denominado Papa Bueno sin ver los resultados de su aggiornamento.


El pensamiento de Juan XXIII no se manifestó solo en el Concilio, ya que las Encíclicas que escribió y sus Diarios (Diario de un alma, 1965; Cartas a su familia, 1969) recogen todas las preocupaciones del Papa, tanto religiosas como mundanas. Un somero repaso de la temática de sus encíclicas así lo manifiesta, incluyendo ésta desde cuestiones de evangelización (Princeps Pastorum, 1959; Ecclesia Christi lumen gentium, 1962) hasta las propiamente eclesiales (Gaudet Mater Ecclesia, 1962; Credo unam, sanctam, catholicam. Ecclesiam, 1962), pasando por las relativas a comunicación (La grave obligación de todos, 1959) y cuestiones sociales (Ad Petri Cathedram, 1959; Mater et Magistra, 1961; Pacem in terris, 1963).


Angelo Roncalli fue una bocanada de aire fresco en la Iglesia, y su sencillez y alegría llegaron mucho más allá de los fieles católicos. El optimismo, el espíritu de renovación, el entendimiento ecuménico, la visión alegre y la apertura hacia el mundo de la nueva Iglesia que nació del Concilio y de sus años de Papado han desaparecido hace muchos años.


La ortodoxia vuelve a impregnarla totalmente y la propia jerarquía vive y desarrolla su labor encerrada en sí misma. Por eso, muchos católicos viven apartados, cada vez más, de una realidad eclesial muy alejada de la que propugnaba Roncalli.

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