2008/11/05

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  • Merlin Holland: "Mi abuelo Oscar Wilde no era un mártir homosexual"
  • El País, 2008-11-05 # Carles Geli
El señor del chándal azul eléctrico y camiseta naranja vocifera para que activen el expendedor de tabaco; el olor de los cigarrillos se mezcla con el de la comida y ni la caña mitiga ya el ruidoso cuarto de hora de taburete a la espera de mesa de mantel blanco y verde bético. No, no es el Café Royal de Regent Street donde gourmets como Oscar Wilde y su amante lord Alfred Douglas iban a cenar. "No se preocupe: si algo me dio mi abuelo fue la curiosidad por todo; sólo en sitios populares conoces la cocina de un país", dice Merlin Holland, nieto y biógrafo del autor irlandés.

El funambulismo periodístico ha llevado a Holland (Londres, 1945) a una casa de comidas frente a la cárcel Modelo de Barcelona, un guiño para el autor de El marqués y el sodomita: Oscar Wilde ante la justicia (Papel de Liar), donde se reúnen por vez primera todos los inaccesibles autos del pleito entre Wilde y el duque de Queensberry por el romance del primero con su hijo Alfred, Bosie. El noble de las reglas del boxeo le dejó una nota acusándole de "somdomita" (sic) y Wilde le llevó a juicio. Se le giró, claro: perdió y acabó con sus finos huesos en la cárcel de Reading dos años; luego, triste exilio y en Francia.

"Wilde estaba en el borde del precipicio y tuvo la necesidad psicológica de saltar al vacío; su soberbia le hacía creerse intocable y eso, unido a querer satisfacer a Bosie, que odiaba a su padre, explica su decisión", apunta Holland, que no puede negar ser nieto de quien es: pelo largo y ondulado, cara ovalada, maneras exquisitas que se traducen, en lo que puede, en la elección del menú -escalivada y zarzuela: "No queda". "Pues cazón"- y en cómo mueve la copa ante el tinto casero para pavor del camarero, que ya había cambiado motu proprio el vino por el del menú más caro. "Es el típico gran caldo para manchar. ¿De verdad es un rioja?". Mala suerte del periodista: Holland, que vive en Francia y lleva el apellido de su abuela ("son mis dos maneras de protestar por la mentalidad inglesa, es mi sublevación ante la cultura de la codicia y agresividad, como hizo mi abuelo"), fue crítico gastronómico. Del libro se deduce que la sociedad inglesa le tenía ganas a Wilde. "Hubo muchas irregularidades procesales: por ejemplo, se filtró la votación del jurado... Su obra y su vida chocaban con la moral victoriana: no le pudieron juzgar por su obra, pero en el primer desliz le pasaron factura".

También sorprende la casi nula bandera que hizo de la causa homosexual. "Él no se escondió pero tampoco reaccionó como se haría hoy: hubiese sido suicida; siempre ha habido el peligro de hacer de Wilde un mártir homosexual".

De Wilde, dice que sólo ha heredado "el amor por las letras y el pinchar a los pomposos: pero soy menos gracioso y visceral que él". En su casa se hablaba poco del abuelo. Él descubrió toda la verdad a los 15 años: su madre, una australiana, sacudió los complejos. "Mi padre le vio por última vez cuando tenía ocho años; mi abuela vivió otra tragedia porque no se vieron más por malos consejos de amigos... Eso lo escribiré en otro libro y ahí lo dejaré", dice mientras abandona un trozo de pudin y mira de reojo la mesa donde comen ya los camareros... "Un amigo inglés le envió una vez un traje a París. Él le contestó: 'Los pantalones me van estrechos de cintura... ¡No sabes cómo engordan las cenas de 3,50 francos!'. Hoy le hemos homenajeado, ¿verdad?". Un gentleman, como su abuelo.

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