2008/03/09

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  • Mujeres-hombre de la remota Albania
  • En las regiones del norte pervive el Kanun, código medieval y un rito arcaico: en una familia sin varones las 'vírgenes juradas' deben asumir su papel
  • El Correo, 2008-03-09 # Iñigo Domínguez
Habíamos oído hablar de las vírgenes de las montañas de Albania, pero no sabíamos si era una leyenda. En una sociedad muy masculina y patriarcal, cuando una familia se quedaba sin varones, porque se los mataban o no nacían, correspondía a una de las mujeres hacer de hombre. Y convertirse en uno. Cortarse el pelo, vestirse con ropas masculinas. No se casaba nunca, y de ahí su nombre, 'virgjina'. Las 'vírgenes juradas' eran una de las costumbres más arcaicas del Kanun, el código medieval de los clanes albaneses, que ha regido en el norte del país hasta hace poco... o todavía. No se sabe, no gusta demasiado hablar de ello.

Estas historias del Kanun, entre lo mítico y lo rural, reflejan el aislamiento ancestral de las regiones del norte. Albania fue un misterio hasta el XIX. Lord Byron la recorrió a caballo y a principios del XX la viajera inglesa Edith Durham la puso en el mapa. Llamó a los Balcanes «la tierra del pasado viviente». Ya entonces se discutía de Kosovo. En su libro 'High Albania' (1909) aparece una foto de una mujer-hombre. El comunismo prohibió el Kanun, pero dicen que aún quedan en los valles entre Kruma, Tropoje y Bajram Curri.

Pasamos la frontera en Prushi. La aduana kosovar, pagada por la ONU, es nueva. La albanesa, unos barracones de latón. Se calientan con leña. Los funcionarios son simpáticos y hablan de fútbol. Aquí desaparece la carretera, es un camino pedregoso que trazaron los italianos en los años 30. Y así sigue. A cinco por hora, destrozando el Volkswagen Golf, se van pasando aldeas. Al hablar del Kanun y las vírgenes todos niegan. Es una cosa antigua, que se ha perdido. Como en Sicilia, que la Mafia no existe. Porque el Kanun también es la venganza de sangre, 'gjakmarrja', su aspecto más terrible. Si alguien mata a otro, aunque sea accidentalmente, su familia tiene derecho a 'tomar la sangre' de la otra, a matar uno de sus hombres. La única opción para las víctimas es encerrarse en su casa, inviolable, o intentar sellar la paz con un mediador.

El Kanun, del siglo XV y unificado por el príncipe Lekë Dukag- jini, era la ley de la costumbre en una tierra sin ley. Sólo se puso por escrito en los años 30. «Hay que verlo en su tiempo, eran reglas para hacer paz, defender la tierra y las familias», explica un vecino. Reprimido por los turcos y el comunismo, ha resurgido en el caos de los noventa. Con Hoxha no había armas, pero en la revuelta de 1997 se saquearon un millón en los arsenales. El Kanun se ha extendido a ciudades como Shkodra con la inmigración, ha degenerado e incluso hoy se mata a mujeres y niños. El Comité Nacional de Reconciliación, ONG que pacifica litigios, calcula que unas 800 familias viven encerradas e involucradas en venganzas. Hasta hay que pedir permiso con el mediador para llevar un hijo al médico o al colegio. «La ley triunfará sobre el Kanun», ha dicho el primer ministro, Sali Berisha. No está mal para algo que no existe.

Una casa en el bosque
La búsqueda llevará tiempo y cerca de Zogaj acabamos echando la tarde en casa de Zenun Aliaj, entre cafés y una botella de 'raki', aguardiente, hablando de política, de otras cosas. Nos invitan a pasar la noche allí. Al cabo de unas horas existe todo. Admiten que conocen a una virgen, muy mayor. Señalan la montaña, un hilo de humo en medio del bosque. Ismet, un joven silencioso, de rostro anguloso y vestido de traje, decide llevarnos. El camino atraviesa pastos con niños que pastorean. Cruza un río saltando por piedras. Pasa entre los demenciales búnkeres construidos por Hoxha. Tras una hora de caminata se ve la casa. Nos hacen pasar al salón. Cortinas, alfombras, flores de plástico, es el lugar más cuidado. Según el Kanun, el huésped es el rey. En el pasillo hay una nevera y una lavadora. Tienen tele y vídeo. La 'virgen' está un poco enferma, casi sorda, pero va a bajar. Se oye crujir la madera en el piso de arriba. Desciende por las escaleras y finalmente aparece en la puerta.

El impacto no pasa con los minutos. Fatime Nimo Xhediaj, o Fatmir en su nombre masculino, tiene unos 85 años, no lo recuerda bien, y se mueve con gestos enérgicos, autoritarios. Le llaman 'bat', tratamiento de máximo respeto. Se pone a fumar, algo reservado a los hombres. También ha podido llevar armas, comprar y vender tierras, recibir huéspedes, viajar solo, participar en las asambleas. Es decir, tener derechos, porque las mujeres no pintaban nada. Kanun, artículo 58: «El marido tiene derecho a pegar y encadenar a su mujer si le desobedece». Una familia sin hombres o una mujer sola estaban perdidas. Ni siquiera heredaban. Por eso, católicas y musulmanas, se convertían en hombres. Socialmente, no sexualmente. «¿Por el aspecto del hombre se sabe la mujer que tiene!», dice con sorna. Es muy bromista. Fatime se hizo hombre con 12 ó 13 años porque era hija única. Tres años después tuvo un hermano, pero ya era tarde. «Ha sufrido toda la vida, sola, para que nosotras tengamos una vida mejor», dicen con gratitud su cuñada, de 70 años, y su sobrina, de 28, que es maestra.

La cuidan con cariño. «Ahora se vive mejor, yo he sufrido mucho. Oh, Dios. Trabajé cuatro años en la mina, empujando vagones, y no te podías quejar porque si te oía la Sigurimi (Policía secreta comunista)...». De niña, en 1944, vio a los nazis quemar esta casa. Cuando murieron sus padres se quedó con su hermano. Este invierno, como todos, los lobos arañaban la puerta. Al salir fuera, Fatmir cambia con la luz y se vuelve a transformar. En el fondo de sus ojos se ve a una mujer sola, a un ser desvalido, atrapado desde hace años. Se dice que quedan en Albania entre una docena y medio centenar como ella. Algunas son jóvenes.

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