2008/11/04

> Iritzia: Rafael Torres > CALLARSE CUESTA

  • Callarse cuesta
  • Doña Sofía ha provocado un seísmo político de grado 7
  • La Nueva España. 2008-11-04 # Rafael Torres

El tabú, el secretismo, la censura implícita y aun explícita que ha blindado a la Corona frente a la opinión y el escrutinio de la ciudadanía ha generado una realidad absurda, la de que la gente no sabía lo que pensaba la Reina tras más de treinta años ocupando ésta el trono. Lo que se discute ahora no es lo que proponen algunos turiferarios para enmascarar la trascendencia de la polémica, que si la Reina tiene derecho o no a expresar sus opiniones, sino la negación a los ciudadanos de ese derecho a la libre expresión de sus opiniones respecto a ella y a la institución que representa, pues sobre lo primero desconocía su pensamiento verdadero y sobre lo segundo nadie les preguntó, mediante consulta, en la vida.

La ocultación sistemática de la verdad, suplantada por una propaganda invariablemente apologética y laudatoria, ha provocado, al emerger aquella en la voz de la propia doña Sofía, un seísmo político de grado siete, pero tiene razón Pilar Urbano cuando dice que las opiniones de la Reina recogidas en su libro que más han turbado a la sociedad no son, pese a su calado, las más detonantes: las relativas al republicanismo y a la libertad de expresión son más tremendas si cabe. Dice doña Sofía a la periodista, convencida de haber hallado el argumento supremo: «Para los republicanos nadie tiene derechos de cuna. Ahora bien, cuando esos republicanos son ricos, o tienen un negocio o una casa, ¡bien que dejan las propiedades en herencia a sus hijos!». ¿Equipara doña Sofía un negocio o una casa con una nación? ¿Cree que un país puede heredarse como se hereda una finca? Tal parece, pero en lo relativo a la libertad de expresión y a la crítica, piedra angular, como se sabe, de la democracia y de la libertad, dice: «¡No somos de piedra! Hacerse el sordo cuesta. Callarse cuesta. Todos tenemos nuestro amor propio. Pero hay que tragarse el sapo: sonreír, como si nada. La crítica a las claras no molesta. Se encaja y punto. Lo más desagradable es cuando el que critica tiene mala baba y se le notan las ganas de hacer daño. ¡Buaj! Pero bueno, ya los conocemos, son los mismos. Y volvemos a lo de siempre: libertad de expresión, ¡sagrada libertad de expresión!». Se agota el espacio de esta columna y sólo cabe oponer a la suya otra onomatopeya: ¡Glup!

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