2008/12/06

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  • Mahoma y los maricas
  • Es muy rara la relación que tiene la Iglesia Católica con el Islam. En tiempos de las cruzadas odiaban a los infieles musulmanes con un furor infernal.
  • EL Espectador, 2008-12-06 # Héctor Abad Faciolince

La batalla de Lepanto fue vista como el choque entre el Bien y el Mal. “La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, según sentenció su más célebre soldado, ese Cervantes que ayudó a ganarla.


Los mahometanos, a su vez, no veían con buenos ojos a los católicos. No sólo por lo sucios y poco afectos al baño, sino porque además, para ellos, no eran ni siquiera monoteístas, por esa fábula increíble de las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que al mismo tiempo eran una y eran Dios.


Pero a partir de la Ilustración y de las revoluciones laicas de los últimos siglos, con esas repúblicas no confesionales que no tasaban los delitos según el escalafón de los pecados ni promulgaban las leyes según los preceptos de la Biblia, la Iglesia Católica empezó a ver el Islam con una mezcla de envidia y admiración.


Ah, esos países donde la Ley (la Sharía) está basada en las verdades inconmovibles del Libro Sagrado. Ah, esos países donde los clérigos —imames, santones, ayatholas, guías espirituales—, sin ser directamente los gobernantes, son la inspiración de ellos, los que los nombran o defenestran según su sabia voluntad. Para la curia romana los regímenes islámicos son como un espejo del pasado —cuando la Iglesia casi gobernaba Europa—, un remordimiento nostálgico de esos sagrados imperios, de esas monarquías católicas que tuvieron y perdieron.


Creo que es por tal motivo que, cada vez que surge alguna iniciativa global que de algún modo tiene que ver con un asunto moral —eutanasia, aborto, pena de muerte, derechos de la mujer, minorías sexuales— la Iglesia toma partido al lado de los musulmanes, se une a los países islámicos más recalcitrantes y vota con ellos en contra de las reformas.


Esto está ocurriendo ahora mismo. La Francia volteriana está proponiendo en la ONU algo que no puede ser más sensato: que en el mundo entero se despenalice la homosexualidad. Nadie está pidiendo que se la recomiende o que se la aconseje. Es mucho menos: simplemente que no encarcelen ni ejecuten a los gays, a las lesbianas o a los bisexuales. ¿Con quién está en esta polémica la Iglesia? ¿Con Francia o con los países islámicos donde todavía ser homosexual es un delito? Pues bien, faltaba más: con el islamismo integrista.


Hay ocho países —todos musulmanes— en los que ser marica se castiga con la pena de muerte: Emiratos Árabes, Arabia Saudí, Irán, Mauritania, Sudán, Yemen y dos pequeños estados al norte de Nigeria. A esto se unen otros países que condenan los actos homosexuales con penas que van desde diez años hasta cadena perpetua. Y otros más —los más benévolos— que castigan la homosexualidad con penas de menos tiempo, algunos meses o menos de diez años. Es este oprobio el que se recomienda reformar. Pero la Iglesia no está de acuerdo.


Puedo hacer una apuesta. Si hoy España (o Grecia o Suecia) pidiera que también fuera despenalizado el adulterio, que en algunos países musulmanes se castiga también con la pena de muerte —incluso apaleando o apedreando o emparedando a la mujer adúltera— estoy seguro de que también la Iglesia votaría con el bloque islamista. Uno mira estos papas, estos cardenales, que aparentemente han aceptado la existencia de los estados laicos de Occidente. Pero no, en el fondo, como lo demuestran estos votos globales, son unos nostálgicos del Estado confesional. Aceptan a regañadientes la separación entre la Iglesia y el Estado, pero si pudieran, ahí los tendríamos como ayatohlas, queriendo gobernar, queriendo que los pecados se convirtieran también en delitos. No sé qué penas reserve el Corán para los maricas. Lo que sí sé es que en Sodoma y Gomorra fueron quemados vivos todos los que tenían esta orientación sexual. Y lo que dice la Biblia es Palabra de Dios.

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